Sin duda una de las plantas nativas características del Sur del Chile es el Chupón (Greigia sphacelata). Esta especie silvestre se distribuye en forma natural a lo largo de la franja litoral y la cordillera de la costa, desde la Zona Central hasta Chiloe. Sin embargo, el chupón - como casi todas las especies nativas - fue ampliamente conocida y usada desde tiempos inmemoriales por los pueblos indígenas, desde la época en que los primeros cazadores-recolectores exploraron los espesos bosques australes y el litoral, en busca de alimentos y materias primas. Seguramente estas sociedades “primitivas” ya se habían fijado en las propiedades alimenticias del Chupón; y encontraron la forma de aprovechar sus resistentes y fibrosas hojas.
Es muy probable que la fibra del chupón, junto a otras fibras vegetales se haya usado en la confección de los primeros cordeles y canastos tejidos de la región. Hoy los mapuches de la costa (o lafquenches) son los continuadores de esta antiquísima tradición, ya que conocen y usan la planta del chupón para confeccionar sus característicos canastos. Los Lafquenches llaman a la planta del chupón niyu, y a sus flores niyu rayen, pero los frutos también reciben el nombre de niyu. Lo mismo sucede en castellano, los frutos de la planta también se llaman Chupones. Los frutos del Chupón son más conocidos que la planta misma, ya que son unas bayas comestibles, que contienen una pulpa dulce y muy jugosa, y unas diminutas semillas. Para comer la pulpa del chupón es necesario morder el extremo del Chupón para abrirlo y luego presionar con los dientes la baya mientras se tira hacia afuera, (es algo similar a la técnica del comer alcachofas) y se chupa la pulpa. El comer chupones no es solo algo sabroso, si no que también es algo muy entretenido.

El chupón como fruto silvestre, es cada vez menos conocido por los santiaguinos modernos. Antes, se estilaba traer del Sur los cogollos cargados de chupones; para deleitar con su sabor, a los nostálgicos sureños radicados en la capital. Algunas personas - seguramente por curiosidad- han podido probar los chupones. Pero sin embargo, no podrían reconocer la planta aun que la tuvieran frente a sus narices. El chupón a los ojos del citadino podría parecer un fruto muy “exótico”; ya que esta acostumbrado a consumir siempre los mismos productos (en su mayoría envasados o muy elaborados) y por lo tanto no esta familiarizado con los productos silvestres. Pero sin embargo, en rigor el chupón no es “exótico”, sino que todo lo contrario es un fruto silvestre nativo. Es decir, tan chileno como los maquis, los peumos o las murtas. Pero el común de la gente, suele pensar que las moras, las frambuesas y la rosa mosqueta son plantas silvestres chilenas; siendo estas en realidad plantas exóticas, que fueron introducidas desde otras latitudes, y que ahora, son más conocidas que las propias especies nativas de nuestro país. 
Sin embargo el Chupón fue ampliamente conocido por los pueblos indígenas; ya que recolectaban. Sus dulces bayas - conocidas como chupones -, son todavía una de las golosinas predilectas de los niños mapuches. Ellos recogen los chupones, cuando las bayas están maduras y se desprenden fácilmente; ya que cuando aún están verdes, son difíciles de arrancar de la planta. El sabor de los chupones es muy rico, ácidulce y refrescante. Antiguamente, los mapuches usaban estos chupones fermentados para elaborar una rica chicha . Cuentan, que esta bebida era muy fuerte y algo parecida al sabor de la chicha de pera. También los mapuches cuentan, que antes los “antiguos” Hacían una harina tostada en base al chupón, la cual acostumbraban comer en forma de ulpo, de la misma forma como hoy todavía se consume la harina tostada de trigo.
Pero el chupón además de ser un rico alimento; es también una buena materia prima para la cestería; ya que los pueblos originarios utilizaban sus resistentes fibras para hacer cordeles y diversos tejidos Esta tradición artesanal todavía se mantiene vital tanto en la región de la araucanía, como en Valdivia y Chiloe.

Todavía hasta el día de hoy, las mujeres mapuche lafquenches de la localidad del lago Budi - en la costa de la novena región -, siguen utilizando esta planta para confeccionar sus hermosos canastos. Muchos de estos tejidos siguen antiguos diseños mapuches, reproduciendo una tradición cultural que se hereda de generación a generación.
Estos canastos llamados chaywes por los mapuches, se confeccionan para cumplir distintas funciones utilitarias, como por ejemplo: se hacen chaywes resistentes para la cosecha de las papas, así como chaywes de tejido muy apretado y con tapa para guardar harina tostada, o chaywes con un tejido abierto formando una maya flexible y resistente para salir a recoger mariscos.
Hoy en día, la mayor parte de los canastos hechos de fibra de chupón se destinan a la venta; y son principalmente comercializados por las propias artesanas en los meses de verano, cuando aumenta el flujo de turistas en la localidad del Budi. En muchos casos, la venta de canastos es una forma de solventar en parte, la debilitada economía doméstica de muchas familias mapuche-lafquenches. Esta precaria situación económica se podría explicar en gran medida, al hecho de que las comunidades lafquenches han tenido que vivir “reducidas” durante varias generaciones, es decir han sido confinadas a un territorio delimitado ( la reducción), y este territorio como es lógico, con el paso de los años se ha vuelto cada vez más estrecho, ya que la población ha crecido, pero las tierras siguen siendo las mismas; y aún más, estas tierras se han ido subdividiendo cada vez en parcelas más pequeñas, dedicadas principalmente a la agricultura de rulo y la crianza de animales de corral, complementando con la pesca y la recolección de mariscos y algas del mar. Así el chupón pasa a ser también un recurso complementario de la economía de subsistencia de los mapuches-lafquenches, quienes utilizan este recurso natural y lo transforman, mediante un largo y paciente proceso de trabajo que implica la selección del recurso, su recolección, y los procesos de desfibración y el tejido propiamente tal, que demandan además de la habilidad y la minuciosidad de las manos que crean estos preciosos canastos, que se venden en los almacenes de Puerto Saavedra y en muchas ferias artesanales a lo largo del país.
Las tejedoras de fibra de chupón en el Budi, han adaptado muchos de sus diseños tradicionales lafquenches a los requerimientos y gustos del comprador urbano y el turista. Es así, como cada vez se hacen menos chaywes Lafquenches y se hacen mas canastos para colgar maceteros y otros diseños que son “más vendibles”.
El problema es que este tipo de arte tradicional ha sido subvalorado, y no ha sido apreciado en su real dimensión. Por lo tanto las artesanas, se ha visto cada vez mas inclinadas hacia la “necesidad” de adaptar sus diseños tradicionales; y transformarlos en piezas destinadas al “gusto” o las “conveniencias” del comprador, que demanda piezas de un costo “mas bajo”. Es así como la venta de estos canastos están dirigidos a un publico masivo, mas que selectivo. Es decir, se privilegia la estrategia de tejer una mayor cantidad de canastos, más chicos, más baratos y al gusto del intermediario o de un público que no aprecia el valor del contexto cultural en el que se produce esta artesanía. En lugar de producir menos canastos de mejor calidad, conservando estilos mapuches-lafquenches, y obteniendo mejores precios de venta, con más valor agregado, y ojalá evitando intermediarios en la comercialización. De esta forma se podrían ahorrar tanto recursos naturales como también hacer mas optimo el tiempo de trabajo. Este tipo de artesanías se merecen compradores que sepan apreciar, tanto el valor étnico cultural que esta detrás de las hábiles manos de la artesana, como el valor del recurso natural silvestre y nativo con el cual se confeccionan estos canastos. Este es el dilema, encontrar la justa medida en la compraventa de estos productos, y que el precio recompense tanto el trabajo implicado en el arte tradicional indígena y al mismo tiempo se considere el valor de un recurso natural cada vez más escaso y valioso.
Quizás la única forma de valorar de una forma mas justa o equilibrada la artesanía que producen las comunidades indígenas, sería informando al los potenciales compradores y consumidores de arte tradicional indígena, de los valores implicados en estos productos.
Un publico menos informado de lo que esta comprando en cierta forma subvalora el producto, ya que no conoce el contexto cultural de su fabricación. En cambio un público mas informado sobre el producto, puede valorarlo más y seguramente estaría dispuesto a pagar más. Posiblemente un público selectivo que pueda valorar y pagar más por obras de mayor calidad y por supuesto de mayor valor étnico, cultural y natural agregado.
Lamentablemente, la mayoría de estos canastos son comprados a un bajo precio por comerciantes e intermediarios, quienes aprovechan el apuro y la necesidad de vender que tienen las tejedoras, - sobre todo en los meses de invierno- para comprar a un buen precio, y después obtener una buena utilidad en la reventa.. Sin duda el precio que se les paga a las propias artesanas por sus canastos, no recompensan en medida alguna la gran cantidad de tiempo y esfuerzo que se dedica al tejido, sin embargo estas mujeres siguen haciendo sus cestos a pesar de que no sea un buen negocio.
Lo interesante es que si usted algún día llega a tener en sus manos un canasto de fibra de chupón, de junquillo, de ñocha o voqui, entre sus manos, piense que seguramente ese canasto procede de las manos de alguna artesana mapuche, y que en sus tejidos están también amarrados los conocimientos profundos de un pueblo que ha sabido manejar con respeto los recursos naturales de esta tierra.

Sin embargo el Chupón fue ampliamente conocido por los pueblos indígenas; ya que recolectaban. Sus dulces bayas - conocidas como chupones -, son todavía una de las golosinas predilectas de los niños mapuches. Ellos recogen los chupones, cuando las bayas están maduras y se desprenden fácilmente; ya que cuando aún están verdes, son difíciles de arrancar de la planta. El sabor de los chupones es muy rico, ácidulce y refrescante. Antiguamente, los mapuches usaban estos chupones fermentados para elaborar una rica chicha . Cuentan, que esta bebida era muy fuerte y algo parecida al sabor de la chicha de pera. También los mapuches cuentan, que antes los “antiguos” Hacían una harina tostada en base al chupón, la cual acostumbraban comer en forma de ulpo, de la misma forma como hoy todavía se consume la harina tostada de trigo.
Pero el chupón además de ser un rico alimento; es también una buena materia prima para la cestería; ya que los pueblos originarios utilizaban sus resistentes fibras para hacer cordeles y diversos tejidos Esta tradición artesanal todavía se mantiene vital tanto en la región de la araucanía, como en Valdivia y Chiloe.

Todavía hasta el día de hoy, las mujeres mapuche lafquenches de la localidad del lago Budi - en la costa de la novena región -, siguen utilizando esta planta para confeccionar sus hermosos canastos. Muchos de estos tejidos siguen antiguos diseños mapuches, reproduciendo una tradición cultural que se hereda de generación a generación.
Estos canastos llamados chaywes por los mapuches, se confeccionan para cumplir distintas funciones utilitarias, como por ejemplo: se hacen chaywes resistentes para la cosecha de las papas, así como chaywes de tejido muy apretado y con tapa para guardar harina tostada, o chaywes con un tejido abierto formando una maya flexible y resistente para salir a recoger mariscos.
Hoy en día, la mayor parte de los canastos hechos de fibra de chupón se destinan a la venta; y son principalmente comercializados por las propias artesanas en los meses de verano, cuando aumenta el flujo de turistas en la localidad del Budi. En muchos casos, la venta de canastos es una forma de solventar en parte, la debilitada economía doméstica de muchas familias mapuche-lafquenches. Esta precaria situación económica se podría explicar en gran medida, al hecho de que las comunidades lafquenches han tenido que vivir “reducidas” durante varias generaciones, es decir han sido confinadas a un territorio delimitado ( la reducción), y este territorio como es lógico, con el paso de los años se ha vuelto cada vez más estrecho, ya que la población ha crecido, pero las tierras siguen siendo las mismas; y aún más, estas tierras se han ido subdividiendo cada vez en parcelas más pequeñas, dedicadas principalmente a la agricultura de rulo y la crianza de animales de corral, complementando con la pesca y la recolección de mariscos y algas del mar. Así el chupón pasa a ser también un recurso complementario de la economía de subsistencia de los mapuches-lafquenches, quienes utilizan este recurso natural y lo transforman, mediante un largo y paciente proceso de trabajo que implica la selección del recurso, su recolección, y los procesos de desfibración y el tejido propiamente tal, que demandan además de la habilidad y la minuciosidad de las manos que crean estos preciosos canastos, que se venden en los almacenes de Puerto Saavedra y en muchas ferias artesanales a lo largo del país.
Las tejedoras de fibra de chupón en el Budi, han adaptado muchos de sus diseños tradicionales lafquenches a los requerimientos y gustos del comprador urbano y el turista. Es así, como cada vez se hacen menos chaywes Lafquenches y se hacen mas canastos para colgar maceteros y otros diseños que son “más vendibles”.
El problema es que este tipo de arte tradicional ha sido subvalorado, y no ha sido apreciado en su real dimensión. Por lo tanto las artesanas, se ha visto cada vez mas inclinadas hacia la “necesidad” de adaptar sus diseños tradicionales; y transformarlos en piezas destinadas al “gusto” o las “conveniencias” del comprador, que demanda piezas de un costo “mas bajo”. Es así como la venta de estos canastos están dirigidos a un publico masivo, mas que selectivo. Es decir, se privilegia la estrategia de tejer una mayor cantidad de canastos, más chicos, más baratos y al gusto del intermediario o de un público que no aprecia el valor del contexto cultural en el que se produce esta artesanía. En lugar de producir menos canastos de mejor calidad, conservando estilos mapuches-lafquenches, y obteniendo mejores precios de venta, con más valor agregado, y ojalá evitando intermediarios en la comercialización. De esta forma se podrían ahorrar tanto recursos naturales como también hacer mas optimo el tiempo de trabajo. Este tipo de artesanías se merecen compradores que sepan apreciar, tanto el valor étnico cultural que esta detrás de las hábiles manos de la artesana, como el valor del recurso natural silvestre y nativo con el cual se confeccionan estos canastos. Este es el dilema, encontrar la justa medida en la compraventa de estos productos, y que el precio recompense tanto el trabajo implicado en el arte tradicional indígena y al mismo tiempo se considere el valor de un recurso natural cada vez más escaso y valioso.
Quizás la única forma de valorar de una forma mas justa o equilibrada la artesanía que producen las comunidades indígenas, sería informando al los potenciales compradores y consumidores de arte tradicional indígena, de los valores implicados en estos productos.
Un publico menos informado de lo que esta comprando en cierta forma subvalora el producto, ya que no conoce el contexto cultural de su fabricación. En cambio un público mas informado sobre el producto, puede valorarlo más y seguramente estaría dispuesto a pagar más. Posiblemente un público selectivo que pueda valorar y pagar más por obras de mayor calidad y por supuesto de mayor valor étnico, cultural y natural agregado.
Lamentablemente, la mayoría de estos canastos son comprados a un bajo precio por comerciantes e intermediarios, quienes aprovechan el apuro y la necesidad de vender que tienen las tejedoras, - sobre todo en los meses de invierno- para comprar a un buen precio, y después obtener una buena utilidad en la reventa.. Sin duda el precio que se les paga a las propias artesanas por sus canastos, no recompensan en medida alguna la gran cantidad de tiempo y esfuerzo que se dedica al tejido, sin embargo estas mujeres siguen haciendo sus cestos a pesar de que no sea un buen negocio.
Lo interesante es que si usted algún día llega a tener en sus manos un canasto de fibra de chupón, de junquillo, de ñocha o voqui, entre sus manos, piense que seguramente ese canasto procede de las manos de alguna artesana mapuche, y que en sus tejidos están también amarrados los conocimientos profundos de un pueblo que ha sabido manejar con respeto los recursos naturales de esta tierra.
Texto y Fotos: Guillermo Molina Holmes, 1999. (CC).